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    EL PRECIO DE LA LIBERTAD

    “Algún día caminaré y seré libre. Dejaré aquellos estériles, a su estéril seguridad. Me iré, sin dejar un domicilio donde me encuentren. Caminaré a través de una región salvaje como un Atlas desempleado, y  allí, dejaré el mundo para que sin preocupación, me maraville”

    James Cabin

    Me  refiero a la Libertad, en el más amplio sentido de la palabra: en la de pensamiento, palabra y conducta, y hasta en la independencia financiera.

    La esclavitud financiera imposibilita la liberación necesaria para lograr el verdadero éxito personal, por la paga de un sueldo o un intercambio mercantil. Peor aún, envilece al que deja de pensar, hablar o actuar como se lo dicta su conciencia, y agacha la cabeza frente a las reglas ajenas, y todo por temor a perder esos beneficios monetarios.

    Para ser verdaderamente libre y exitoso, hay que desencadenarse de la obediencia ciega. No es que esté en contra de la virtud de la obediencia, si no que me declaro enemigo de la sumisión ofuscada: la que es obligada por otros y que  va en contra de lo que uno desea o cree. De este modo, se pueden cometer actos tan absurdos como los de los soldados en guerra: matar a los otros, que ni conocen y que muy seguramente, además, ni siquiera saben el verdadero por qué de la matanza.

    La obediencia debe ser completa, espontánea y natural. No forzada, no forzosa, ya que eso atenta contra la libertad de la que aquí escribo; pero, desde siempre, la humanidad se ha dividido en dos grupos sociales: los que mandan y los que obedecen –forzada y ciegamente la mayoría de las veces. Antaño, al desobediente lo quemaban en la hoguera, lo colgaban de un árbol o lo desterraban. Eso, sin tocar el tema de la tortura previa a todo ello.

    En esta época, los métodos de coacción que se usan para meter en cintura a los desobedientes son más sutiles, pero no por ello menos violatorios del libre albedrío… Una de las prácticas de coerción más difundida, es conseguir con dinero privilegios o cosas, y comprar las conciencias y voluntades de los demás. Don Dinero, sigue siendo un poderoso caballero.

    Es que  entonces, ¿hay que estar solo para ser libre? Nunca somos lo suficientemente libres para tomar decisiones, salvo momentos excepcionales, pues siempre estamos influenciados, directa o indirectamente, por el entorno (sociedad, trabajo, familia, amigos…)

    Por lo tanto, únicamente en una soledad absoluta, apartada totalmente de la sociedad, una persona se podría considerar libre. Pero, ¿hasta qué punto sería buena esta libertad total si no tenemos a nadie con quien interrelacionarnos? La vida se convertiría en algo sin interés ni motivación.

    Tampoco creo que debamos renunciar a nuestra libre potestad por tener que convivir con la gente. Quizás este punto de vista parezca egoísta, pero si queremos ser verdaderamente independientes, deberíamos tomar las decisiones sin mirar a nada ni a nadie; aunque muchas veces esto resulte prácticamente imposible, porque estamos demasiado atados a nuestras circunstancias personales.

    Para ser libre, se pueden tomar como referencia estas tres características fundamentales:

    – Vivir la vida con el propósito que nos guste, dentro de los Valores Universales, que no necesariamente deben ser los establecidos por las reglas y normas ajenas: institucionales, empresariales, políticas, religiosas o morales. Todas estas son relativas y a conveniencia de esos grupos de poder.

    – Poder modificar la educación aprendida y adaptarla a las propias necesidades.

    – Tener autonomía para decir lo que se piensa -o se ha descubierto-, de tal manera que la comunidad pueda beneficiarse si así le conviene.

    Que cada quien reflexione sobre la soledad, la libertad y sobre su dependencia de los demás, y que sea consciente de que quien no sigue el juego de los grupos dominantes de turno, será desterrado de estos. Después, ya no tendrá derecho a jugar, ni a recibir las canonjías por ello; pues la regla es clara: “Si no estás conmigo, estás contra mí”, y el castigo del rechazo es el precio a pagar.

    “No hay nada más peligroso que la obediencia ciega” Anonimo

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