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    Charles Dickens y un cuento de Navidad

    En diciembre de cada año, millones de personas encuentran consuelo al ver a un hombre llamado Ebenezer Scrooge, en su camisa de dormir, saltando tan liviano como una pluma y preguntando: “¿Qué día es hoy, amiguito?”

    Publicado hace 176 años este mes, Un Cuento de Navidad de Charles Dickens fue un éxito de ventas instantáneo, seguido de innumerables producciones impresas, escénicas y de pantalla. Los victorianos lo llamaron “un nuevo evangelio”, y leerlo o mirarlo se convirtió en un ritual sagrado para muchos, sin el cual la temporada navideña no puede materializarse.

    Pero la trascendencia aparentemente intemporal de Un Cuento de Navidad oculta el hecho de que fue en gran medida producto de un momento particular en la historia, el significativo mensaje del autor acerca de lo que sucedía entonces. Dickens concibió por primera vez su proyecto como un panfleto, que planeaba ser “Un llamado al pueblo de Inglaterra en nombre del niño del pobre”. Pero en menos de una semana de pensarlo, decidió incorporar su argumento en una historia, con un personaje principal de profundidad lamentable. Entonces, lo que podría haber sido una polémica para la arenga, en cambio, se convirtió en una historia que el público ansiaba.

    En la primavera de 1843, después de leer el informe del gobierno sobre el trabajo infantil en el Reino Unido, Dickens decidió escribir acerca de eso. El informe tomó la forma de una recopilación de entrevistas con niños, compiladas por un periodista amigo, que detallaban sus aplastantes labores.

    Leyó el testimonio de chicas que cosían vestidos para el mercado en expansión que eran los consumidores de clase media; regularmente trabajaban 16 horas al día, seis días a la semana, compartiendo habitaciones —como Martha Cratchit— en el piso de arriba de la fábrica. Leyó sobre niños de ocho años que arrastraban carros de carbón a través de pequeños pasillos subterráneos durante un día de trabajo estándar de 11 horas. Estas no eran historias excepcionales, sino ordinarias. Por lo que el autor escribió a uno de los investigadores del gobierno que las descripciones lo dejaron “afectado”.

    Esta nueva y brutal realidad del trabajo infantil fue el resultado de cambios revolucionarios en la sociedad británica. La población de Inglaterra había crecido un 64% entre el nacimiento de Dickens en 1812 y el año del informe sobre trabajo infantil. Los trabajadores abandonaban el campo para aglomerarse en nuevos centros de manufactura y las ciudades. Mientras tanto, hubo una revolución en la forma en que se fabricaron los productos: la industria artesanal se vio afectada por una tendencia hacia los trabajadores no calificados en la línea de ensamblaje, martillando el mismo clavo o pegando la misma pieza —como un Dickens de 11 años de edad lo tuvo que hacer—, hora tras hora, día tras día.

    Cada vez más, los empleadores pensaban que sus trabajadores eran herramientas tan intercambiables como cualquier clavo o pegamento. Los trabajadores se estaban convirtiendo en productos básicos: no humanos individuales, sino meros recursos, su valor medido al centavo por la cantidad de clavos que podrían martillar en una hora. Pero en una época de escasez, la década de 1840 se ganó el apodo de “Los hambrientos 40s”, los pobres tomaban el trabajo que podían conseguir. ¿Y quién trabajó por los salarios más bajos? Los niños.

    Las teorías populares sobre cómo, o si ayudar a los pobres a menudo empeoraron las cosas. Primero fue la sensación generalizada de que las personas pobres tienden a serlo porque eran flojas e inmorales, y que ayudarlas sólo alentaría el fingir y exagerar de su estado con tal de no trabajar. Si se les ayudara, debería ser en condiciones tan terribles como para desanimar a las personas a buscar esa ayuda. Las nuevas casas de trabajo fueron vistas como la solución perfecta: donde las familias se dividían, la comida era mínima y el trabajo era doloroso. “Los que están mal”, decía Scrooge antes de reformarse, “deben ir allí”.

    Asociadas con este concepto estaban las ideas del reverendo Thomas Malthus, quien advirtió acerca de no intervenir cuando las personas tenían hambre, porque solo conduciría a un tamaño de población insostenible. Mejor que los pobres se mueran de hambre y, por lo tanto, “disminuyan la población excedente”.

    Si Dickens encontró estas soluciones crueles, ¿qué ofreció? Friedrich Engels leyó el mismo informe sobre trabajo infantil que hizo Dickens y, con su colaborador Karl Marx, imaginó una eventual revolución. Dickens fue en gran medida un antirrevolucionario. De hecho, dio a entender que revolucionario era la temible consecuencia de no resolver el problema de otra manera.

    “Este chico es la Ignorancia. Esta chica es la Necesidad. Cuidado con los dos y de todos los de su género, pero sobre todo cuidado con este chico porque en la frente lleva escrita la Condenación, a menos que se borre lo que lleva escrito”.

    Thomas Paine, en la generación anterior, había defendido en Derechos del Hombre un tipo de sistema de bienestar, que incluye créditos fiscales para ayudar a criar niños, pensiones de vejez y seguro nacional de invalidez. Pero Dickens no era un pensador de “sistemas”, ni era protosocialista.

    Sin embargo, lo que propuso Dickens en Un Cuento de Navidad —que garabateó en menos de dos meses en el otoño de 1843— era ser un “golpe de martillo”, todavía era radical, ya que rechazaba “ideas modernas sobre el trabajo y la economía”.

    Lo que escribió fue que los empleadores son responsables del bienestar de sus empleados. Sus trabajadores no sólo valen en la medida en que contribuyen a un producto por el costo laboral más barato posible. Son valiosos como “compañeros de viaje a la tumba”, en palabras del sobrino de Scrooge, “y no como otra raza de criaturas atadas a otros viajeros”. Los empleadores se deben a sus empleados como seres humanos, no mejor pero tampoco peor que sí mismos.

    Y sí, eso podría significar un preciado pavo en Navidad. Pero la verdadera salvación que Scrooge le da a la familia Cratchit es un aumento de sueldo.

    Mientras el Fantasma de la Navidad Presente le muestra a Scrooge al pequeño Tim y a su padre, sosteniendo su mano, el avaro le suplica: “Espíritu, dime que el pequeño Tim se salvará”. El fantasma recuerda a los lectores la cita maltusiana de Scrooge. “¿Y qué con eso? Si ha de morir, más vale que lo haga y disminuya la población excedente”.

    “¡Oh, Dios!”, gruñe el fantasma, “¡Escuchar al insecto en la hoja, hablando del exceso de vida entre sus hermanos hambrientos que yacen en el polvo!”. En otras palabras, Dickens les recuerda a sus lectores —del siglo 19 y a los de ahora— no confundir su buena fortuna de haber nacido en el seno de una familia acomodada con su valor como seres humanos.

    Este mes, la BBC estrena una nueva seria basada en Un Cuento de Navidad. Recuerda que puedes ver en familia muchas de las películas, inclusive animadas, que han salido a raíz de la novela corta de Charles Dickens.

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