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    Audrey Hepburn, más que un ícono de estilo

    La década de los 50 marcó el inicio de meteóricas carreras dentro del séptimo arte donde se consagraron las heroínas de la Edad de Oro de Hollywood. Audrey Hepburn es una de ellas. Al igual que otras musas de estilo como Grace Kelly, la actriz de rostro aniñado marcó una época y conquistó a toda una generación.

    En su papel de Holly Golightly en Breakfast at Tiffany’s nos encantó con un elegante vestuario y su emblemática interpretación de una chica extrovertida. Su estilo aún sigue presente hoy en día y sus vestidos más icónicos siguen siendo fuente de inspiración, también para las novias.

    Precisamente Audrey Hepburn fue más que eso: se convirtió en una mujer sencilla y cercana como pocas en Hollywood, y de ahí consiguió convertirse en leyenda porque era un modelo alcanzable de estrella.

    Esto lo logró no sólo por su trayectoria como actriz, que la llevó a ganar un Oscar por la película Vacaciones en Roma, sino por una labor de filantropía que comenzó a alternar con su carrera a mitad de los cincuenta y la convirtió en una figura clave en el trabajo de la Unicef a finales de los ochenta. Así, la estrella se volvió todavía más humana y nos dio grandes lecciones de ayuda hacia los demás.

    Aristócrata británica belga

    Audrey Kathleen Ruston (también Edda van Heemstra Audrey Kathleen Hepburn-Ruston) nació el 4 de mayo 1929 en Bruselas, Bélgica. Fruto del segundo matrimonio de sus padres, el cónsul británico Joseph Victor Anthony Hepburn-Ruston y la baronesa holandesa Ella van Heemstra. Su madre pertenecía a la aristocracia y estaba emparentada con el rey inglés Eduardo III. Su abuelo, el barón Aarnoud van Heemstra, fue gobernador de la Guayana Holandesa.

    A pesar de haber nacido en una familia de la nobleza, el divorcio de sus padres y la llegada de la guerra convirtieron la infancia de Audrey en un tiempo triste y lleno de dificultades.

    Los padres de Hepburn se divorciaron oficialmente en 1938. En la década de 1960, Hepburn renovó el contacto con su padre luego de ubicarlo en Dublín a través de la Cruz Roja; aunque él permaneció emocionalmente distante, Hepburn lo apoyó financieramente hasta su muerte.

    Los estragos de la guerra

    En los albores de la guerra, en 1939, Audrey se instaló con su madre y sus dos hermanastros, en casa de su abuelo en Arnhem, en los Países Bajos. Ya había aprendido a hablar cinco idiomas y compaginó su educación básica con estudios de piano y ballet clásico.

    Para 1940 los nazis ya habían invadido Holanda, la familia de Audrey escondió su identidad inglesa. El holandés se convirtió en su lengua habitual y adoptó el nombre de Edda van Heemstra.

    El desembarco de las tropas aliadas en Normandía en 1944 hizo que los nazis radicalizaran sus posturas en los territorios que aun controlaban. En Holanda se confiscaron los alimentos y el combustible provocando la hambruna entre la población civil. La excesiva delgadez de Audrey empezó en aquellos momentos de necesidad en que sufrió anemia y malnutrición.

    De bailarina a actriz

    Siempre quiso ser bailarina y desde pequeña se dedicó con esmero a serlo. Una vez terminada la guerra, primero en Ámsterdam y más tarde en Londres, recibió clases de ballet.

    A pesar de su tenacidad y talento, la mala alimentación durante la guerra había hecho estragos en su constitución impidiendo continuar con normalidad sus estudios. Además, la situación económica precaria de su familia hizo ver a Audrey que aquella profesión no ayudaría a los suyos. Se decidió entonces por iniciar una carrera más lucrativa y decidió ser actriz.

    Hacia Hollywood vía Roma

    Audrey empezó su carrera artística haciendo pequeños papeles en el cine y el teatro. En 1953, William Wilder le daría el papel de su vida. Su interpretación elegante y sencilla de la princesa Anna en Vacaciones en Roma le dio el Oscar a la mejor actriz y la convirtió en una estrella de Hollywood.

    A partir de entonces y durante casi cuatro décadas Hepburn regaló a los amantes del cine grandes joyas como My Fair Lady, Sabrina, Historia de una monja o la inolvidable Breakfast at Tiffany’s. Otros mitos del séptimo arte aparecieron a su lado haciendo de sus cintas obras maestras. Humphrey Bogart, Fred Astaire o Peter O’Toole tuvieron el honor de trabajar con este ángel de Hollywood.

    A pesar de todo ello, la actriz vivió una vida mucho más reservada y humilde que la mayoría de las estrellas hollywoodienses, como demuestra el hecho de que viviera en casas, no en mansiones, y que cultivaba su propio huerto, además de su vocación por Unicef y sus múltiples viajes humanitarios a África.

    Givenchy

    El diseñador Hubert de Givenchy y Audrey Hepburn forjaron una de esas amistades que traspasan los límites del tiempo. La magia entre ambos surgió en 1953, cuando ella tenía 24 años y su carrera apenas despegaba. Había sido enviada a Francia por Edith Head, directora de vestuario de la película Sabrina. En su búsqueda, la actriz se plantó en el estudio de Givenchy en el número 8 de la Rue Alfred de Vigny. La anécdota se ha convertido ya en un clásico, donde un jovencísimo Givenchy, al anunciarle la llegada a su estudio de “la señorita Hepburn”, pensó que se trataba de Katherine. La película de Wilder, Vacaciones en Roma, aún no llegaba a Francia y a pesar de ser una de las actrices del momento, Audrey no le resultaba familiar. Para su visita, ella había elegido un estilismo de aire francés: pantalón de corte capri, camisa, bailarinas y una diadema con lazo que mantenía a raya su melena corta. Esa noche cenaron juntos en un restaurante de la Rue Grenelle y fue el inicio de una de las relaciones más bonitas del idilio entre cine y moda.

    Dos años después, en 1955, el vestuario fue premiado por la Academia con un Oscar para Edith Head, quien se había encargado de la etapa americana del personaje principal y que, al recoger la estatuilla, obvió mencionar a Hubert. El diseñador decidió dejarlo pasar y, desde ese instante Audrey exigió, por contrato, que fuera su amigo Givenchy quien la vistiera en sus próximas cintas.

    La actriz llevaba al diseñador de la mano allá donde ella fuera, confió en su aguja para los vestidos de sus dos bodas (primero con Mel Ferrer; después con Andrea Dotti); le llamaba por teléfono a su estudio solo para decirle lo mucho que le quería.

    “Solo en sus prendas me siento yo misma. Es mucho más que un coutourier, es un creador de personalidad”, dijo en una ocasión la actriz. Él la vistió en sus siguientes éxitos, ocho en total. Por supuesto, para Breakfast at Tiffany’s. Esa primera escena en la que Holly Golightly disfruta a bocados de un croissant y un café en vaso de cartón vestida de punta en blanco frente al escaparate de Tiffany’s en la Quinta Avenida es, sin duda, una de las más recordadas de su carrera.

    Su vida personal

    Audrey sufrió mucho en su vida personal. Estuvo comprometida tres veces y se casó en dos ocasiones. Primero estuvo casada con Mel Ferrer, también actor, con el que trabajó en la gran superproducción Guerra y Paz. Después de varios intentos infructuosos, lograron tener a su hijo, Sean. Intentaron más, pero no fue posible. Su segundo matrimonio fue con un médico italiano, Andrea Dotti, con quien logró tener a su segundo hijo, Luca. Ella confesó en entrevista que el fracaso de estos dos matrimonios le causó gran aflicción. En los últimos años mantuvo una relación con Robert Wolders, un holandés con el que compartía labores humanitarias y su gusto por las cosas sencillas.

    Unicef

    En 1989, la actriz hacía su última aparición en el cine en la película Para siempre. Hacía ya tiempo que sus apariciones en la gran pantalla se habían convertido en algo esporádico. A partir de entonces y hasta su muerte, se dedicó plenamente al que fue quizás el mejor papel de su vida. Nombrada embajadora de buena voluntad de Unicef, trabajó para los niños más necesitados de los países más pobres.

    “Sé perfectamente lo que el Unicef puede significar para los niños, porque yo estuve entre los que recibieron alimentos y ayuda médica de emergencia al final de la Segunda Guerra Mundial”, mencionó en su nombramiento aquel año.

    Por esta labor, en la que además se incluyó su participación en la Cumbre Mundial de la Infancia y en el lanzamiento de los informes de la organización, fue condecorada por el presidente de Estados Unidos en 1992 con la Medalla de la Libertad, una distinción que se da a personas que contribuyen a la paz mundial, la cultura u otras importantes iniciativas.

    Audrey murió el 20 de enero de 1993, a los 63 años, de un cáncer de colon. Su vida como actriz ha quedado para siempre en la historia del cine; su faceta solidaria tampoco ha desaparecido con ella; actualmente su hijo Sean gestiona la fundación Audrey Hepburn Childhood. Una estatua en la sede de Unicef en Nueva York recuerda la gran labor que realizó.

    “Entre las personas que se hacen famosas, hay muy pocas que realmente se comprometen a cambiar las cosas en este mundo tumultuoso, y yo creo que Audrey Hepburn dio el mejor ejemplo que se puede dar”, dijo el embajador de Unicef en aquel día de la develación.

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