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    Los niños y la muerte

    ablar de la muerte es un tema que evitamos porque la vemos como un tema que preferimos no tocar ya que, si hablamos de ella, la atraemos. Hay que trabajar con esas creencias culturales y religiosas, la naturalidad del ciclo de vida se fue perdiendo conforme la ciencia fue avanzando.

    Es inadmisible aceptar que un niño muere, pero porqué si tenía toda una vida por delante. Siempre nos enseñaron que el ciclo de vida era: naces, creces, te reproduces y mueres; entonces me engañaron, porque me he topado con muchas muertes de bebés, niños y jóvenes y mi cabeza no comprende que ya no estén si tenían toda una vida por delante.

    Pero, la realidad es esa, mueren bebés de pocas semanas de gestación, bebés en el vientre de mamá, cuando nacen, a los pocos meses, años…

    Tengo el honor de trabajar con padres en duelo por muerte de un hijo, les doy la bienvenida a los grupos, pero lamentablemente llegan a mí por esta pena tan grande, quisiera que no llegaran pero ya que viven esa situación, los abrazo y los acompaño en este proceso tan doloroso.

    Dicen que si los padres mueren, uno es huérfano, si la pareja muere es viudo o viuda y que si muere un hijo, no tiene nombre. Pues así es, no hay palabras para describir ese dolor.

    Se vuelve muy complejo para los padres vivir el duelo porque la gente que no lo ha vivido, no puede comprendernos y se genera una pérdida social.

    Les quiero compartir nuestras experiencias, nunca vamos a encontrar una repuesta a porqué murió mi hijo, pero podremos encontrar un para qué. Se requiere tiempo y aceptación de su partida para entenderlo.

    De acuerdo a lo que los padres han compartido, algunos de sus hijos tuvieron consciencia de muerte, es decir, sabían que iban a morir aunque ellos no estuvieran enfermos, y si estaban en una etapa terminal, sabían que pronto iban a trascender. A estos niños les preocupaban sus papás y hermanos, no la muerte. El miedo a la muerte se lo transmitimos a ellos porque ellos lo ven como un proceso natural.

    El común denominador de aquellos niños o jóvenes que murieron, y no es porque los idolatremos después de su partida, es que vinieron con una gran capacidad de amar, algo no muy común en los demás niños, su preocupación por las personas era de llamar la atención; su sensibilidad; su sabiduría, la manera en cómo veían la vida y sus reflexiones; fueron grandes maestros.

    Hace un año falleció una pequeña de once años que una noche no durmió porque se quedó contemplando la Luna. Cuando escuché esto me pregunté, ¿cuándo contemplo yo la Luna? Algo tan cotidiano de ver, pero después de escuchar ese testimonio, hoy cada vez que la veo recuerdo a esta niña y me maravillo de verla y de admirar todo a mi alrededor.

    Después de la partida de nuestros hijos, ellos han encontrado la manera de manifestarse, a través de sueños, de personas, de canciones, de colibrís, libélulas, textos, etc., donde confirmamos que ellos continúan acompañándonos, de que la muerte sólo es física y su alma, eterna.

    La muerte de un niño cuesta trabajo aceptarla, sin embargo, hoy podemos comprender que todos tenemos una misión y ellos vienen con mucha fuerza a dejar un legado en ese corto tiempo de vida.

    ¿Conoces a alguien que murió muy joven? ¿Qué enseñanza te dejó? Lo importante es tomar esa enseñanza y honrar su vida transmitiendo ese legado en honor a ellos.

    Dicen que el dolor es como una piedra, o decides cargar esa piedra o decides hacer una escultura con ella, es una elección de vida.

    Espero que tu escultura transforme la vida de tus seres queridos.

    Por: Yvonne Bulnes

    Tanatóloga

    yvonnerosadecristal@gmail.com

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